Un trocito de su voz


La primera vez que la besó lo hizo con tanto ímpetu, por llevar días y días esperando a que llegara el momento, que un trocito de su voz se le desprendió de la nuez y cayó en la garganta de la pobre chica, que lo tragó sin darse cuenta. Pero, cuando escuchas una voz, no la digieres; la grabas en tu interior para reconocerla cuando la vuelvas a oír y, por eso, en vez de por la faringe, el trocito de voz bajó por la tráquea de la chica y se le alojó en un rinconcito entre los pulmones y el corazón. Pero, como el trocito de voz no era suyo, y aunque había encontrado un lugar calentito, en el fondo seguía deseando volver de donde venía. Así que, cada vez que no estaban juntos, a ella le parecía oír un sonido a lo lejos, sin saber que en realidad le venía de dentro. Era un aullido largo y dulce y le sonaba extrañamente familiar, como cuando por casualidad encuentras un olor que habías olvidado. Sin embargo, como sonaba aún más lejano y profundo que la voz que a veces escuchaba la chica por teléfono, nunca se dio cuenta de que eran la misma. Si hubiera sabido la verdad sobre ese aullido, seguramente se habría preguntado si él también llevaba consigo un trocito de su voz.